domingo, 28 de enero de 2018

"CONTAR ES COMPARTIR LA CONFIANZA"


Por Pedro Taracena Gil





¿CUENTACUENTOS?

¡NO! 


Victor Martínez

Por circunstancias que exactamente no sabría decir, asistí a una sesión con rango de Gala de humoristas y narradores orales. Una especia de cuentacuentos sin serlo. Una función de monólogos que de ninguna manera lo eran. Tampoco aquello de narradores al uso se acercaba a lo que yo tuve la oportunidad de conocer. Quizás sería para mí más fácil decir lo que no eran. No se trataba de actores. Tampoco de personajes errantes buscando autor, narrador y tampoco rapsodas en desuso, que pregonaran sus ripios. Lo que yo sí puedo afirmar es que me hallé físicamente ubicado en el Círculo Catalán de Madrid, como asistente a un espectáculo un tanto peculiar cargado de un humanismo, que rebasaba las características y pretensiones de cualquier manifestación artística, ubicada en aquella milla de oro de las vegas madrileñas.
La columna vertebral de aquel modesto y desnudo paraje, estaba formada por  un grupo de seres humanos. Mujeres y hombres de todas las edades.  Cargados todos ellos de emociones, sensaciones, alegrías, tristezas, añoranzas, frustraciones y anhelos. Cada cual cargaba con la mochila que la vida había preñado de cantos rodados a través del tiempo. Una especie de presentador, que tampoco se le podría denominar así, extendía la alfombra para que los diferentes narradores pasearan su verdad. Era fácil descubrir que no me encontraba ante una farsa teatral. Ya desde los prolegómenos del espectáculo percibí que apenas una palabra manchaba el guión. Nadie había escrito lo que allí podía suceder. Por aquel fondo en negro desfilaban entes humanos  verdaderos, que se alejaban del concepto de personaje a interpretar. Ni guionista, ni actores, ni personajes… ¿En qué tipo de acontecimiento estuve yo introducido en la tarde noche del viernes 26 de enero?
Creo que me acerqué al humanismo que llenaba aquella sala, rompiendo el paradigma del arte de Talía. Una segunda lectura del programa del acto, me hizo  desechar complejos y prejuicios, quizás peyorativos al denominarles como simplemente cuentacuentos… Se trata de la oralidad, es decir, aquella tertulia familiar en torno al hogar, desgranando cuentos de antaño inquebrantables ante la tradición, se tornaba a contar vivencias personales verosímiles y anhelos ansiados. Soy un simple periodista que me encontré atrapado, en emociones y sensaciones que nunca pensé que una sesión de cuentacuentos al uso clásico, me pudiera proporcionar tanta comunicación, ternura, cariño y amor.
Los integrantes del grupo de narración oral escénica, me traspasaron sus intenciones plenas de sensuales vivencias. Me transmitieron a través del verbo trazos de su vida y desgarros de su corazón. También provocaron en mí la mueca risueña, la sonrisa y hasta alguna carcajada. No renuncio a publicar esta columna, como una crónica del periodista menos avezado y mucho menos preparado,  para abordar una crítica profesional de este grupo de maestros del humanismo. Bravo por el grupo.
Sin duda brilló con luz propia y me hizo fundirme con él en una virtual complicidad, el compañero y colega que daba paso a los diferentes narradores. Su narración final me hizo comprender el verdadero sentido del espectáculo. Allí brillaron los valores del humanismo más ancestral y por tanto auténtico.