viernes, 2 de septiembre de 2016

MITAD IRRESPONSABILIDAD MITAD INCONSCIENCIA



Foto: Alon Albergu



Por Pedro Taracena Gil

Desde que las sociedades más ancestrales establecieron el concepto familia, han transcurrido muchos años y muchas formas de unidad familiar. La familia tribal, el patriarcado, el matriarcado, la familia con vínculos sanguíneos o la familia formal, legalmente constituida. En todas las edades la institución familiar ha sido una escuela de convivencia, donde se han dado todos los comportamientos que pueda dispensar un grupo humano, en cuyo seno van naciendo los nuevos vástagos. Los comportamientos se han ido desarrollando por imitación de modelos.  Y en muchos casos ha sido la tradición la que ha marcado las pautas a seguir. La consanguinidad de estos grupos humanos no ha evitado que se produzcan los crímenes más horrendos. Parricidios, fratricidios, incestos que apenas han evolucionado en el tiempo.

Foto: Alon Albergu

Adentrados en el siglo XXI, la institución familiar está muy estructurada por el Estado en su vertiente legítima y legal. Familias mono parentales, familias constituidas por dos padres y otras establecidas en igualdad de legitimidad por dos madres. Las tradicionales de hombre y mujer y en no pocas ocasiones una familia de una sola  persona dependiente, que vive con un perro como lazarillo, u otra mascota de compañía. En realidad es la misma institución heredada de nuestros antepasados y con el mismo objetivo, aunque no establecido formalmente, de establecerse como una escuela de convivencia. Una escuela sin maestros, sin libros y sin  deberes y derechos previamente establecidos. En la tradición judeocristiana y occidental la pareja se crea en base a un proyecto de vida, más o menos con un mismo articulado, basado en el amor. El contrato matrimonial católico dispone de tres preceptos, aceptados por la mujer y el hombre pero ignorando su alcance. Estos tres cánones garantizan: El remedio a la concupiscencia. La indisolubilidad del vínculo conyugal y el  adoctrinamiento de la prole en el dogma de la religión cristiana. 

 

Foto: Alon Albergu

El matrimonio civil, sin embargo, hunde sus raíces en los derechos y deberes constitucionales. También basados en el amor mutuo: Igualdad, libertad, respeto y protección. Pero en realidad el proyecto que todas las personas que iniciamos la vida en pareja, de cualquier naturaleza que tengamos in mente,  es una experiencia vital haciendo realidad sentimientos, sensaciones y emociones que nos hagan felices. Ahondando más en este proyecto preñado de promesas de felicidad futura, si nos hubieran sugerido que lo escribiéramos en una de las paredes de nuestro futuro hogar, quizás, hubiéramos escrito algo similar a esto: Vivir en común el amor, el cariño, la sensibilidad, la sensualidad, la sexualidad, el erotismo, las caricias… 

Vivir todas estas emociones de forma consciente, con esta misma persona, todos los días  y con la misma intensidad. Además convivir en libertad, igualdad y respeto. El amor que impera en la unión de una pareja que decide compartir su vida, es Eros. Eros por naturaleza es efímero y su enemigo principal es el tedio y las obligaciones vulgares y domésticas de la vida diaria. Aunque es volátil también se puede reproducir infinidad de veces. El cariño sin embargo es más continuado. Si el rescoldo que deja el cariño y la ternura, se sopla con el viento de la pasión se puede avivar la llama del erotismo y Eros se hará presente una vez más. Aunque el amor vuelva a ser efímero.



Foto: Alon Albergu

Es evidente que este paquete de expectativas mantenidas en el tiempo no constituye ni mucho menos la verdadera realidad. La pareja se enfrenta a una sociedad que ahoga los proyectos que pudieran tener, bloquea sus iniciativas  y frustra sus expectativas. Las parejas nos empeñamos comprando un piso cuando nuestra financiación es insolvente, arrastrando a esta insolvencia a nuestros progenitores. Deseamos tener hijos por exigencia tradicional de la familia o por deseo de proyección, pero el mundo laboral está pensado para permanecer sin la prole. La conciliación familiar es otra mentira. La sociedad de consumo nos lleva a contraer deudas que no podemos pagar. En este caso no se puede aprender de los errores cometidos, porque son muchos los  que son irreversibles y la vida es una e irrepetible. Las personas mayores lejos de ser nuestros maestros son cómplices de nuestros errores. Aparentemente hemos sido libres para tomar esas decisiones pero somos esclavos de nuestra propia insolvencia. A los pocos meses o años, aquello que escribimos en el muro de una de las habitaciones de nuestra casa, se ha desvanecido. Todas esas emociones que creíamos eternas, han sido reemplazadas por otras de corte más negativo. 

Hay parejas que desenredan el lío de su propia madeja y salvan la situación con empatía y asertividad, pero hay otras que saltan por los aires en mil pedazos, sin arregló posible. Cuando se analiza la experiencia vivida por parejas a través de sus decisiones más importantes, se observa claramente que las decisiones tomadas tenían mitad de irresponsabilidad y mitad de inconsciencia. Quizás si las emociones partiendo de las más primarias hubieran sido conscientes, quizás, la consciencia nos hubiera situado en la responsabilidad.